«So let’s dance through all our fears…»

Es la hora en punto. Ella siempre ha sido así. Se apagan las luces. Comienza a sonar la banda. Salen las proyecciones en la pantalla gigante. El equipo de baile aparece como de la nada, casi de repente. Todo cobra sentido.

Durante dos horas la música te inunda como si transpirara por cada poro de tu piel. Das dobles palmadas, cantas, mueves las caderas, los pies y, los más atrevidos, imitan algunas de sus coreografías. El bombo resuena, el suelo casi puede temblar, y el ritmo se instala en tus pies.

Mientras viajamos por diversas épocas musicales, llega el momento que ella canta «So let’s dance through all our fears, War is over for a bit…» Y alguien alza la mano como queriendo agarrarse a esas palabras con fuerza, como si fueran un mantra que salvará su vida. Sigues bailando en una de las canciones que todos cogen con más ganas.

El optimismo se transmite a toda velocidad. Abrazos por doquier. Amigos que se encuentran. Llega el momento del confeti mientras en las pantallas la palabra AMOR aparece en diferentes idiomas, y algunos, aunque después lo nieguen, derraman más de una lágrima en este preciso instante.

Se encienden la luz, ¿Se acabó la magia? No. Todos salimos cantando, bailando. Al final todo el mundo sonríe tanto como ella. En estos 120 minutos hemos disfrutado con tanto optimismo como en pocas ocasiones sucede. Gracias Kylie.

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