Aquella mañana en el trabajo todo era normal. Las mismas situaciones, problemas y la misma mujer que hablaba para ella y para el resto de la empresa contándonos desde los productos de belleza que vendía hasta lo que iba a hacer el fin de semana.
Empecé a oler algo raro. No era el habitual a nuevo, o a la capa de pintura que habían echado recientemente que apestaba el lugar. Era un olor a quemado, como si con cada inspiración se metiera un poco más dentro de mí. Preguntados mis compañeros ellos no olían absolutamente nada.
Entonces sonaba un teléfono, o eso creía yo. Parece que nadie más lo escuchaba. Al fondo, en un rincón donde no había nadie ni recordaba que hubiera un teléfono. Me acerqué y lo cogí. Una voz conocida decía “No lo notas, estoy ardiendo. No lo notas, te estoy diciendo adiós”.
Me toqué el pecho, vi el humo y es que mi corazón estaba ardiendo, sin dolor, sin sufrimiento, sin nada. Al final va a ser verdad que uno puede vivir sin corazón, no me voy a morir.